3.5/5

Chile, 2016, 81 min.
Título original: El Primero de la Familia.
Dirección: Carlos Leiva Barahona.
Guion: Carlos Leiva Barahona.
Elenco: Camilo Carmona, Catalina Dinamarca, Claudio Riveros, Paula Zúñiga, Sylvia Hernández, Daniel Antivilo, Ernesto Gutiérrez.

El año 2009, el realizador chileno Carlos Leiva ponía su nombre en el circuito internacional con su segundo cortometraje, ‘Ambiente Familiar’, alabado por la crítica en San Sebastián, Sao Paulo y Bruselles, entre otros. Hoy estrena ‘El Primero de la Familia’, su primer largometraje, inspirado en el cortometraje mencionado.

La cinta nos sitúa al interior de una familia en un barrio periférico de la ciudad de Santiago. Tomás (Camilo Carmona), el hermano mayor, se va a Londres a estudiar medicina; su hermana menor, Catalina (Catalina Dinamarca), esta embarazada de un tipo al que no quiere ni ver; su madre (Paula Zúñiga) sufre de una dolencia en la espalda y su padre (Claudio Riveros) se suma a la huelga junto a sus compañeros de trabajo por el retraso del pago de sueldo. A pesar de las carencias económicas y el duro presente de todos, prima el cariño y el afecto, sin embargo, una fuga de agua servida al interior de la casa removerá diferencias, secretos y desencuentros, el día de la despedida de Tomás.

‘El Primero de la Familia’ viene a sumarse a este segundo (o tercer) respiro del cine chileno, levantado por cintas como ‘Camaleón’, ‘Las Plantas’, ‘La Mujer de Barro’,Rara’, entre otras, donde el naturalismo, la narrativa construida desde los personajes, e interpretaciones sólidas muy lejos de la sobreactuación, son la piedra angular de jóvenes realizadores que ejercen con libertad audiovisual, limpios de cánones y géneros tipificados. Esta vez, Carlos Leiva dibuja un retrato certero de una familia chilena atrapada por el sistema que no beneficia a los que no han tenido la oportunidad, que viven el día a día con más sacrificio que ganas, y que deben lidiar a diario con la violencia, el dolor y el esfuerzo.

La cinta es capaz de hacernos parte entre los estrechos pasillos de esa casa al borde del hacinamiento, y entre aromas de tierra seca y calaminas rotas, sentir el hedor que emerge desde las entrañas de un hogar que, en piezas, se rompe en silencio, detrás de la realidad de cada uno de sus integrantes. Graves problemas de salud, la falta de dinero a fin de mes, el peligro de un barrio marcado por la hostilidad, un embarazo no deseado, los deseos reprimidos más profundos que rozan la inestabilidad psicológica. A Tomás todos lo quieren y respetan, es la esperanza de una familia donde lo que menos queda es precisamente eso y su despedida se hace cada vez más difícil. Carlos Leiva hace de la falta de espacio físico un elemento vital para la composición de la historia. Se comparten camas, Catalina se cambia ropa frente a Tomás, la privacidad no existe y el patio inundado es el centro neurálgico de una casa en la que se respira tensión. Tensión que comienza a traspasar barreras cuando Tomás siente algo más por su hermana, deseo enterrado entre su introversión y los libros de medicina.

Las relaciones familiares son el eje de una historia hiperrealista, que echa mano de actuaciones excelentes para alcanzar su objetivo. Camilo Carmona (‘El Circuito de Román’, ‘Naomi Campbel’), Paula Zúñiga (‘El Nombre’, ‘Camaleón’) y la debutante Catalina Dinamarca dan clases de interpretación y demuestran que la escuela teatral debe quedarse sólo en eso, en la formación, pero que el trabajo en cine requiere de una sensibilidad distinta a la de las tablas, en donde la sobreexpresión es imprescindible. Para el cine se necesita lo radicalmente opuesto: frescura, naturalidad y credibilidad, y eso se ha convertido en un elemento primordial y muy presente en el cine de esta camada de nuevos directores chilenos, y de eso se nutre este reparto. El guion, también a cargo de Leiva, hace uso de todas las subtramas para conformar el relato y aprovecha cada una de las relaciones interpersonales y cada diálogo para darle forma a un hilo narrativo que nunca pierde ritmo ni atmósfera, que nos obliga como espectadores constantemente a empatizar y a maquinar juicios y valores, a intentar comprender comportamientos y a adentrarnos en la realidad de un país subdesarrollado, en donde el sector más marginado de la sociedad es dominado muchas veces por el hambre y el instinto de querer ser más, de dar el salto de gracia y poder dejar de sentir que el mundo nunca les tuvo algo preparado.

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